— No hay peor ciego que el que no quiere ver —

sábado, 20 de febrero de 2010

Amaba al buen anciano, pues jamás me había hecho daño alguno, ni menos insultado. No envidiaba su oro, pero tenía en sí algo desagradable. ¡Era uno de sus ojos, sí, eso es!. Asemejábase al de un buitre y tenía el color azul pálido. Cada vez que este ojo fijaba en mí su mirada, se me helaba la sangre en las venas y lentamente, por grados, comenzó a germinar en mi cerebro la idea de arrancar la vida al viejo, a fin de librarme para siempre de aquel ojo que me molestaba...


— Corazón Delator. —

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